ROSO, CENTINELA DEL ETÉREO ABISMO
Manuel Pecellín Lancharroen Diario HOY (Sábado, 14 octubre 2023)
Mario Roso de Luna (Logrosán, 1872-Madrid, 1931) ha sido uno de los intelectuales más distinguidos de la Extremadura contemporánea. Con una larga treintena de obras en su haber e innumerables artículos en los periódicos y revistas de su época, peninsulares e hispanoamericanos, ejerció enorme influencia en numerosos círculos. Masón, republicano, teósofo, astrónomo, músico, matemático, ensayista e historiador, este hombre polifacético sufrirá, como tantos otros, la caída a las tumbas del olvido tras los desastres de 1936-1939. Por fortuna, su obra ha ido siendo rescatada merced al empeño de Esteban Cortijo (Cañamero, 1952), catedrático y periodista, que lleva lustros empecinado en reeditarla y difundirla. A su encomiable empeño corresponde esta nueva publicación.
Se trata de un volumen antológico, que reproduce, con numerosas notas explicativas, casi medio centenar de trabajos difundidos por Roso en bien diferentes medios. “Nací descubriendo estrellas, y así pienso morir”, confesó cierta vez el de Logrosán, a quien Valentín Gutiérrez, periodista andaluz, calificaba en graciosa crónica como “centinela del etéreo abismo”.
Efectivamente, sin servirse nunca de otros recursos que su extraordinario conocimiento de las estrellas y la tozuda observación de las mismas, Roso llegó a anunciar la aparición de hasta seis astros en nuestro firmamento antes que lo hiciesen astrónomos mundiales tal vez dotados de potentes telescopios. Y a él se debe la invención (1895) del Kinethorizon, por la que obtuvo la Orden de Carlos III en España y la medalla de oro francesa de la Academia de inventores. Se trata de un sencillo artefacto manual, con aguja indicativa, que permite la localización de las constelaciones y estrellas marcadas. “Nací casi descubriendo estrellas, y así pienso morir”, declararía en El Telégrafo Español (Madrid, 1920).
Fueron seguramente miles los artículos publicados por el cacereño, relación casi imposible de establecer dada la dispersión de los medios y el uso sistemático de seudónimos (a lo que le obligaba la necesidad de impedir censuras, represiones o rechazos). “El prior de Magacela”, “Dr. Rumí”, “Dr. Iberia” son los más identificables. Los de carácter científico, algunos de profundos alcances, otros de simple divulgación, gustaba suscribirlos como “Rigel”. Aunque ha pasado a la historia del pensamiento como figura ilustre de la teosofía y el esoterismo, Roso (doctor en Derecho y licenciado en Física y Química) se esforzó por mantenerse al tanto de los avances científicos y darlos a conocer en el mundo de habla española.
Los textos de Roso, magnífico escritor, dueño de una prosa brillante e ingenioso espíritu, reflejan bien las inquietudes de quien a sí mismo se retrataba así(1909) en una de sus obras: Mi instrucción autodidacta; mis 17 o más años universitarios sin pisar casi en las aulas, mis complejas aficiones, mi suave evolución filosófico desde el cristianismo modernista que hoy se diría, hasta mi idea definitiva rozando con el protestantismo, el pietismo y el espiritismo, y, en una palabra, el eterno mariposear de mi espíritu ansioso más de verdad, de amor y de paz que de falsas ciencias y de riquezas” (pág. 19).
Volumen cuidadosamente ilustrado con numerosas fotos y caricaturas del autor, más reproducciones facsímiles de algunas páginas originales, me importa resaltar dos, por su importancia para Extremadura, con la que siempre Roso estuvo tan vinculado. En “Las cuarenta cartas de una baraja extremeña“ propuso (1906) otras tantas medidas –muchas, aún hoy de actualidad- para un programa sociopolítico que impulsase el futuro de la Región “hermosa, solitaria, dilatadísima, incomunicada y mística”. Así la calificó Roso en un emocionante discurso pronunciado ante Alfonso XIII el 23-I-1917. Aunque esté localizable en periódicos, revistas y libros, me parece un acierto que se le incluye también en esta valiosa antología rosoluliana.